lunes, 22 de julio de 2013

Capítulo 2 - Dana

Dana entró a su hogar entre risas. Iba acompañada de su hermano, quien tenía la misma felicidad impresa en el rostro, sólo que de una forma más sutil: aquella de una pequeña sonrisa.
Los recibió allí mismo Sofía, una chica de cabello dorado y ojos que parecían variar entre celeste y verde, pero que sin importar qué, brillaban con la intensidad que pertenecía a una chica de once años, dulce y apegada a su familia.
La menor corrió hacia su hermana y la apretujó con fuerza. No era que hubiesen pasado mucho tiempo sin verse: había sido a la hora del desayuno que se habían despedido, pero todos los habitantes del hogar eran así. Unidos. Por eso mismo, Dana siempre se preguntaba cómo hacía Bruno para sobrevivir sin un solo hermano o hermana. Ella tenía cinco en total, y solía repetirse que, de haber tenido uno menos, no hubiesen sido suficientes.
Intercambiaron palabras triviales, pero necesarias. La hermana mayor no podía seguir con su día si no escuchaba a la menor decir muy bien cuando le preguntaba cómo le había ido el día.
Se separó del chico para ir a su habitación, pero la pequeña charlatana se mantuvo a su lado.
Cuando ambas ingresaron, el cuarto no estaba vacío: una niña de nueve años, con rasgos parecidos a su hermana más cercana en edad y no a los de la mayor, estaba en compañía de un niño.
Ninguno de los dos invasores se dio vuelta, sin embargo. Estaban susurrando entre ellos, tan absortos que no habían notado la presencia de Dana y Sofía. La muchacha mayor tuvo que carraspear para que la miraran.
En sus caras, se notaba que la habían estado esperando por largo rato.
—Dan —comenzó a decir el niño, con cierto tono curioso—, Ju dice que no tenés novio. Yo digo que sí —comentó, pareciendo animado con cada una de sus palabras.
Julia era un poco diferente al resto de sus hermanas en cuanto a actitud: era tímida, y la vergüenza le agarraba fácil. Así que se escabulló un poco detrás de su hermanito, arrepintiéndose un poco del debate que había tenido con él.
Pero la mayor sólo rio, dejando lo que había dicho el pequeño como ridículo. Se agachó un poco para quedar a su altura y le revolvió los cabellos con dulzura.
—Ju tiene razón —sonrió.
 Su familia solía teorizar que era porque había crecido rodeada por muchachos, pero Dana no estaba interesada en aquello. Y el asunto a ella no le preocupaba, pero todos sus hermanos parecían estar esperando a que algún día ella apareciese con alguien que no perteneciese a los pibes. Ella solía replicar que sólo tenía quince años, edad para escalar árboles y jugar al fútbol, pero ni siquiera sus padres le daban la razón. Sin embargo, ni le insistían tanto como para que la chica dejase de tomárselo a broma, ni ella acostumbraba enfadarse. De hecho, imposible le era recordar la última vez que había peleado con alguien, o viceversa.
El niño se vio desilusionado, y le refunfuñó que era una aburrida. Ella se defendió, siempre siguiendo el juego, diciendo que eso no era cierto, y que estaría por verse. Se inició a base de aquello una guerra de cosquillas, a las cuales toda la familia era susceptible, e incluso Sofía, que estaba en la edad de decir que los juegos son tontos, se unió.
—Dan —le susurró Julia una vez terminada la batalla, cuando Dana ya había caído al suelo y tres hermanos se habían acomodado usándola de almohada, dos de ellos ya dormidos—, ¿alguna vez te gustó un chico? —preguntó entonces, con toda la seriedad en su inocente rostro.
Dana la acercó más a sí, y la menor se acomodó en su pecho con gusto, pero sin sacarle la mirada de encima.
—No —respondió con su voz suave y dulce, el primer rasgo tan inusual en ella, el segundo no tanto—. Todavía —añadió luego con un pequeño aire cómico, sus labios curvándose hacia arriba.
La pequeña la escuchó atentamente, y sólo después de que su hermana concluyera, agregó:
—¿Estás esperando al príncipe azul?
Si cualquier otra persona lo hubiese dicho, Dana se le hubiese reído en la cara con ganas, más que nada por la idea de que un chico elegante fuese en su búsqueda, con modales y cortesía. No podía ni siquiera imaginárselo.
Pero como era su hermana pequeña quien se lo preguntaba con franqueza, ella sólo negó con la cabeza.
—No espero a nadie, él va a aparecer solo. Si es que aparece —la tranquilidad en su voz era algo que Julia escuchaba muy pocas veces: sólo cuando le leía y llegaba a una parte triste del libro, o cuando el asunto era importante. —. Y no creo que sea un príncipe.
La menor vio a la mayor cerrar los ojos, y la imitó.
—Ojalá lo sea. —ronroneó la chiquilla, esbozando una pequeña sonrisa, y dejándose llevar por la tentación de dormir un rato la siesta.
 Dana apenas llegó a escuchar esto último porque, energética como era, los momentos de silencio y calma que tenía con sus hermanos le hacían dejar su mente en blanco, cosa tan difícil en ella. Y una vez que ese silencio en su cabeza era alcanzado, dormía sin problemas.

Durmió sólo por un par de horas, pero alcanzó a soñar. Y soñó que había una princesa en camisa y pantalón, que se encontraba con una princesa hecha y derecha. Ambas estaban solas y esperando a alguien, así que decidieron esperar juntas.

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