Dana entró a su hogar entre risas. Iba acompañada de su hermano,
quien tenía la misma felicidad impresa en el rostro, sólo que de una forma más sutil:
aquella de una pequeña sonrisa.
Los recibió allí mismo Sofía, una chica de
cabello dorado y ojos que parecían variar entre celeste y verde, pero que sin
importar qué, brillaban con la intensidad que pertenecía a una chica de once
años, dulce y apegada a su familia.
La menor corrió hacia su hermana y la
apretujó con fuerza. No era que hubiesen pasado mucho tiempo sin verse: había
sido a la hora del desayuno que se habían despedido, pero todos los habitantes
del hogar eran así. Unidos. Por eso mismo, Dana siempre se preguntaba cómo
hacía Bruno para sobrevivir sin un solo hermano o hermana. Ella tenía cinco en
total, y solía repetirse que, de haber tenido uno menos, no hubiesen sido
suficientes.
Intercambiaron palabras triviales, pero
necesarias. La hermana mayor no podía seguir con su día si no escuchaba a la
menor decir muy bien cuando le
preguntaba cómo le había ido el día.
Se separó del chico para ir a su habitación,
pero la pequeña charlatana se mantuvo a su lado.
Cuando ambas ingresaron, el cuarto no estaba
vacío: una niña de nueve años, con rasgos parecidos a su hermana más cercana en
edad y no a los de la mayor, estaba en compañía de un niño.
Ninguno de los dos invasores se dio vuelta,
sin embargo. Estaban susurrando entre ellos, tan absortos que no habían notado
la presencia de Dana y Sofía. La muchacha mayor tuvo que carraspear para que la
miraran.
En sus caras, se notaba que la habían estado
esperando por largo rato.
—Dan —comenzó a decir el niño, con cierto
tono curioso—, Ju dice que no tenés novio. Yo digo que sí —comentó, pareciendo
animado con cada una de sus palabras.
Julia era un poco diferente al resto de sus hermanas
en cuanto a actitud: era tímida, y la vergüenza le agarraba fácil. Así que se
escabulló un poco detrás de su hermanito, arrepintiéndose un poco del debate
que había tenido con él.
Pero la mayor sólo rio, dejando lo que había
dicho el pequeño como ridículo. Se agachó un poco para quedar a su altura y le
revolvió los cabellos con dulzura.
—Ju tiene razón —sonrió.
Su
familia solía teorizar que era porque había crecido rodeada por muchachos, pero
Dana no estaba interesada en aquello. Y el asunto a ella no le preocupaba, pero
todos sus hermanos parecían estar esperando a que algún día ella apareciese con
alguien que no perteneciese a los pibes.
Ella solía replicar que sólo tenía quince años, edad para escalar árboles y
jugar al fútbol, pero ni siquiera sus padres le daban la razón. Sin embargo, ni
le insistían tanto como para que la chica dejase de tomárselo a broma, ni ella
acostumbraba enfadarse. De hecho, imposible le era recordar la última vez que
había peleado con alguien, o viceversa.
El niño se vio desilusionado, y le refunfuñó
que era una aburrida. Ella se defendió, siempre siguiendo el juego, diciendo
que eso no era cierto, y que estaría por verse. Se inició a base de aquello una
guerra de cosquillas, a las cuales toda la familia era susceptible, e incluso
Sofía, que estaba en la edad de decir que los juegos son tontos, se unió.
—Dan —le susurró Julia una vez terminada la
batalla, cuando Dana ya había caído al suelo y tres hermanos se habían
acomodado usándola de almohada, dos de ellos ya dormidos—, ¿alguna vez te gustó
un chico? —preguntó entonces, con toda la seriedad en su inocente rostro.
Dana la acercó más a sí, y la menor se
acomodó en su pecho con gusto, pero sin sacarle la mirada de encima.
—No —respondió con su voz suave y dulce, el
primer rasgo tan inusual en ella, el segundo no tanto—. Todavía —añadió luego
con un pequeño aire cómico, sus labios curvándose hacia arriba.
La pequeña la escuchó atentamente, y sólo
después de que su hermana concluyera, agregó:
—¿Estás esperando al príncipe azul?
Si cualquier otra persona lo hubiese dicho,
Dana se le hubiese reído en la cara con ganas, más que nada por la idea de que
un chico elegante fuese en su búsqueda, con modales y cortesía. No podía ni siquiera
imaginárselo.
Pero como era su hermana pequeña quien se lo
preguntaba con franqueza, ella sólo negó con la cabeza.
—No espero a nadie, él va a aparecer solo. Si
es que aparece —la tranquilidad en su voz era algo que Julia escuchaba muy
pocas veces: sólo cuando le leía y llegaba a una parte triste del libro, o
cuando el asunto era importante. —. Y no creo que sea un príncipe.
La menor vio a la mayor cerrar los ojos, y la
imitó.
—Ojalá lo sea. —ronroneó la chiquilla,
esbozando una pequeña sonrisa, y dejándose llevar por la tentación de dormir un
rato la siesta.
Dana
apenas llegó a escuchar esto último porque, energética como era, los momentos
de silencio y calma que tenía con sus hermanos le hacían dejar su mente en
blanco, cosa tan difícil en ella. Y una vez que ese silencio en su cabeza era
alcanzado, dormía sin problemas.
Durmió sólo por un par de horas, pero alcanzó
a soñar. Y soñó que había una princesa en camisa y pantalón, que se encontraba
con una princesa hecha y derecha. Ambas estaban solas y esperando a alguien,
así que decidieron esperar juntas.
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