La muchacha cerró la puerta tras de sí con llave, sus movimientos
rápidos siempre presentes. Dio la espalda a ésta y cerró los ojos por un
momento. El aroma a pino y ozono, típico de un día en el que la lluvia se
avecina, llenó sus pulmones. Sonrió. Muchos no estaban felices con el clima del
pequeño pueblo, pero a ella nada le gustaba más que los días nublados o de poca
luz; ni hablar de aquellos en los que sentía el agua caer.
—¡Dan! —gritó una voz masculina detrás suyo,
al tiempo que la puerta se volvía a abrir, y la nombrada tuvo que salir de su stand by.
Los rosados labios de la chica se curvaron
hacia arriba.
—¿No es un lindo día? —canturreó ella, sin
voltear a ver al joven. Al contrario, torció a la derecha y comenzó a caminar
hacia la escuela, a unas tan solo cinco cuadras de distancia.
Escuchó las pisadas de su hermano apurarse
para alcanzar las largas zancadas suyas, y oyó un par de las cosas que dijo.
Sin embargo, su atención se desvió en cuanto miró hacia la casa contigua a la
suya: con jardín delantero y altas paredes, parecía una gran mansión. Estaba
vacía, no obstante, y no era de extrañar por qué: costaba sus cuantos billetes,
y en un barrio tan simple y modesto, de clase que no subía ni bajaba de la
media, desencajaba completamente. Ella siempre había querido entrar allí, fuese
sólo para mirar un rato; se imaginaba que dentro debía de ser como un palacio
de cuentos.
—Ché, ¿me estás escuchando? —preguntó el
muchacho, en su voz se notaba que sabía la respuesta. No se escuchaba exasperado,
al revés de lo que se esperaría. Si Dana tenía que decir, hasta había sido
dicho con cariño.
Porque así era él, siempre lo había sido:
razonable y con cierto tinte serio, tranquilo; él no era de los chicos que
salían a bailar o conquistaban chicas. No, él era diferente al resto. Tenía por
gusto sentarse a leer en las tardes (o mañanas o noches, pensó después la
muchacha, porque cualquier hora le venía bien para su hobby), y le había mostrado en ocasiones preciosos relatos escritos
por él mismo. A la vez, era el hermano mayor perfecto para ella: compañero y
lleno de preocupaciones, capaz de querer hasta los defectos más irritantes que
tenía. Como el de no oír a la gente hablar cuando se perdía en su mundo.
Lo miró a los ojos, aquellos orbes negros
idénticos a los propios, sonriendo ella también, y se dijo lo que siempre se
decía cuando lo miraba: que si eran tan parecidos como la gente decía que eran
(muchas veces, los habían creído mellizos) entonces ella también debía de ser
bonita.
—No —soltó ella con alegría, y revolvió los
rubios cabellos de su acompañante, que cortos y todo como eran, debían de ser
más largos que los suyos.
El timbre que anunciaba el final de la tercer
hora ya había sonado, pero Dana nunca estaba pendiente de cuánto tiempo faltaba
para irse. Si le hubiesen preguntado alguna vez si la escuela la aburría, ella
hubiese contestado un ¡Para nada!, y
luego se hubiese puesto a cantar una canción. Para esto último no había ninguna
razón: aquella chica pasaba la mayoría del tiempo tarareando, haciendo ritmos
con golpecitos de sus dedos, o simplemente entonando lo que se le viniese a la
mente. Le gustaba mucho la música, cualquier tipo de esta, al punto en que
pasaba del tono de un vals al pop, pero no recordaba haberse puesto a escuchar
música como quien dice realmente
escucharla.
Toda
canción que conocía era por escuchar la radio con los pibes (como le decía a su pequeño grupo de tres amigos y su
hermano), quienes ocasionalmente dejaban el reproductor del celular bajo (y no
tan bajo) durante las juntas; por tomarse un par de micros con motivo de cruzar
el pueblo de punta a punta, sin parada fija; o por sus hermanos y padres, cada
uno con su gusto diferente, que se turnaban en compartir sus preferencias con
ella: después de todo, era la única que aceptaba con alegría cualquier tipo de
ritmo.
Cuando habían pasado quince minutos de la
hora y el profesor no había aparecido, un preceptor se asomó a hacer oficial lo
que ya suponían: había faltado el docente que enseñaba literatura. A Dan
aquello la hacía felíz, pero se dijo que su hermano (quien, a pesar de ser un
año mayor, tenía al mismo profesor en el mismo día, sólo que una hora más tarde
que ella) se iba a deprimir un poco.
Con ánimo, la chica codeó a su compañero de
banco, con quien se sentaba siempre en la última fila de seis, segunda columna
de cuatro a partir de la puerta. El banco en frente suyo siempre había estado
vacío: el otro chico con el que se turnaba para sentarse, Damián (apodado Dami
por la misma Dana, quien sacaba sus risas de llamarlo Damita; contraste notable
a simple vista por el hecho de que era un joven alto y de espalda amplia), se
había negado rotundamente a sentarse en la anteúltima fila, y en cambio había
elegido ubicarse en el banco a la derecha de Dana en los días que no se sentaba
a su lado.
—¿Qué
pasa? —indagó la voz perezosa del muchacho, quien había dormido durante toda la
hora anterior.
Dana dejó
escapar un ay en un suspiro a modo de
broma. Apostaba cualquier cosa a que su amigo se había quedado hasta las altas
horas de la madrugada jugando videojuegos. No tenía caso.
—¿Damos una vuelta? —consultó a voz rápida,
mientras lo zarandeaba, y el chico fingió volverse a acostar—. Dale, Bru. Bru
Bru. —llamó mientras lo empujaba, intentando tirarlo del banco. No lo logró.
Ella era fuerte, y Bruno algo flaco, pero cuando quería molestarla, el empeño
que ponía le ganaba a cualquier cosa.
La muchacha acabó por recostársele encima.
Acercándosele al oído, dijo las palabras mágicas:
—Y compartimos un chocolate, ¿querés?
—susurró, con una burla de voz sensual.
El joven se levantó al instante, poco más
dejando caer a su compañera. Se paró y se pasó las manos por la cara. Se
estiró. Y con eso, ya era el mejor amigo que Dana conocía: enérgico y con ganas
de probar bocado.
Ambos salieron del aula con rapidez, pero la
chica ralentizó el paso cuando estuvieron por pasar por la preceptoría, y él la
imitó. Susurraron chistes y rieron un rato, situación que culminaba siempre con
Bruno burlándose de ella por la particular risa que tenía.
Recorrieron el colegio entero (cosa que, por
su tamaño, no tomaba mucho tiempo), pero Dana se vio algo desilusionada al no
encontrar nada nuevo, nada que le llamase la atención.
Comentó con su amigo la necesidad de un
cambio, pero él sólo rio y le alborotó los cabellos, tan cortos que eran
imposibles de desordenar.
—No jodás, Dan —le dijo entonces con alegría—,
si estamos todos bien.
En eso tenía que darle la razón: los
muchachos no se peleaban por nada del mundo. Y es que eran justamente eso,
muchachos. Pero había algo que Dana siempre había querido tener y nunca se
había animado a decir: una amiga. Una chica, alguien con quién compartir
cotilleos (aunque no conociese ninguno) o prestarse ropa (que no creía que
pudiese, porque era ella alta, de metro setenta). Era felíz con los chicos,
pero así como unas chicas deseaban encontrar su príncipe azul (necesidad que
Dana nunca había sentido en lo más mínimo), ella sólo pedía una amiga. Con eso,
se decía siempre, su mundo estaría completo.
A pesar de todo, ella acabó por concordar con
él y, luego de un par de ruegos y empujones, Bruno aceptó llevarla hasta el
aula subida a su espalda.
¡Gracias por todo el apoyo! Y espero que les haya gustado no sólo el capítulo, sino también la segunda protagonista de esta historia :).
Pues sí, también me ha gustado mucho Dana. Me siento identificada con ella en el sentido de sentirse a gusto con los chicos. Tengo amigas, y bastante, pero en un primer contacto tengo que decir que suelo sentirme más a gusto con chicos, por eso de que nosotras somos más criticonas y no sabemos cómo le caeremos a las demás chicas.
ResponderEliminarCapítulo estupendo, pero esto de que sólo se publique los lunes se me hace algo largo D:
Un beso! =)
Que bonito ha estado el capítulo *_* la verdad es que en la secundaria me llevaba más con las chicas que con los chicos, pero en primaria y bachillerato he tenido grupos de amigos variados y eso, es interesante...yo no podría estar el día rodeada sólo de muchachos, es divertido y son muy tontos, pero de repente cuando son puros hombres pueden ser algo insoportables jeje
ResponderEliminarTambien me ha encantado Bruno, al menos como me lo he imaginado ^^
quiero leer más :3
saludos!
¡Ohhh! Lo estuve esperando con ansias...Desde que vi la sección de los personajes debo decir que Dana se ha vuelto mi favorita. Y no estaba equivocada.
ResponderEliminarElla me recuerda mucho a mi, bueno, aunque ¿a quien no le gusta la música? Jo, aunque es cierto que a veces parezco una demente canturreando por todas partes. Canciones de la que luego ni siquiera aprendo su nombre ._.
Tambien he amado a Bruno *w* Tan lindo y sensible, en definitiva es la persona que complementa a la perfección a la alocada Dan.
Bueno, entonces ahora me resta esperar al siguiente... ¡Me despido, nos veremos luego! n_n
Me ha gustado mucho! Ya quiero leer el segundo capítulo^^ No dejes de escribirla*-* Besoos^^
ResponderEliminar